EL AGUA – SOBREVIVIENDO LAS OLAS DE PÁNICO

December 10, 2005 by Konstantin Komarov  
Traducido por Bratzo Barrena
Instructor Systema Ruso Combate Funcional - Perú
systemarusocf.wix.com/peru

EL AGUA

Sobreviviendo las Olas de Pánico

por Konstantin Komarov

Ocurrió hace mucho tiempo, cuando empezaba a aprender las técnicas de trabajo bajo el agua. Me puse el ‘wetsuit’ y preparé el equipo para mi trabajo, pero calculé mal el peso del lastre. Aún más, cogí un tanque de oxígeno casi vacío porque parecía que el trabajo iba a ser mínimo. Para empeorar las cosas, rompí las reglas (era muy presumido en ese entonces) y no me até la cuerda de aviso. Así que, equipado de esta manera, me coloqué las aletas y me dirigí al centro del río.

Nadaba rápidamente y en ángulo a la corriente, tratando de mantener la profundidad. De repente, me di cuenta que me estaba empujando hacia el fondo. Empecé a patalear más fuerte con las aletas para subir. Aceleré, pero no podía subir. Aceleré aún más, pero era inútil –estaba perdiendo fuerzas- Para cuando me di cuenta de qué estaba pasando, ya estaba en el fondo, a unos 12 metros (36 pies) de profundidad y a unos 50 metros (150 pies) de la orilla. Me desorienté. Estaba oscuro. No había pasto al fondo del río, así que no podía determinar la dirección de la corriente ni saber hacia dónde estaba la orilla. Miré para ver cuánto aire me quedaba y vi que la aguja marcaba el medio de la zona roja –significaba 5 a 7 minutos de respiración calmada. En ese momento el miedo me invadió.

No solo miedo – TERROR.

De pronto parecía que el aire apenas y pasaba por el tubo, y me empezaba a sofocar. EL agua me comprimía con fuerza. En otras palabras, estaba casi en pánico. Miré hacia arriba y vi la luz tenue del cielo. Deseaba vivir, con tanta desesperación, que solo tenía un pensamiento en la cabeza: ¡NADA HACIA ARRIBA! Empecé a mover mis brazos y piernas con fuerza y empecé a subir. Me tomó 40 segundos cubrir una distancia de 12 metros. Tenía las piernas acalambradas. Mi cabeza ya estaba en la superficie pero no podía mirar hacia arriba. No tenía fuerza para levantar la máscara fuera del agua. Con un esfuerzo final, vi un objeto en el cielo…, y me hundí como una piedra hasta el fondo.

Estaba en el fondo del río, sin fuerzas, jadeando como si hubiese corrido una carrera. Mi cuerpo estaba exhausto, pero mi cabeza estaba clara. Empecé a calmarme, a controlar mi respiración y a pensar. Recordé exactamente lo que vi encima del agua y fue una sección de un puente. Caí hasta el fondo sin girar y fui capaz de identificar la dirección de la orilla en relación al puente. Aún quedaba aire en el tanque, pero la aguja maraca cero.

Trate de desabrocharme el lastre y el tanque de oxígeno, pero no podía. Luego descubrí que la hebilla del cinturón se había enganchado al tanque y se había atorado. Decidí no perder tiempo con el equipo. Me saqué las aletas y empecé a moverme rápidamente en la dirección que había elegido –hacia la orilla. No nadaba sino que me movía como lo hacen los buzos de profundidad: empujando con los pies y ayudando con los brazos, deslizándome sobre el fondo.

Afortunadamente, escogí la dirección correcta. El medidor de oxígeno no estaba ajustado correctamente, así que aún había un poco de aire. Inhale por última vez, cuando mi cabeza estaba cerca de la superficie. Tuve que recorrer los últimos metros saltando y tragando aire por la boca. Me arrastré hasta la orilla, mis brazos y piernas temblaban –completamente cansado pero feliz porque estaba vivo. Durante casi medio año soñé que estaba tirado en el fondo, en la oscuridad, quedándome sin aire, con agua presionándome. Me desertaba aterrorizado.

Como resultado de esta “aventura”, llegué a algunas conclusiones importantes para el resto de mi vida:
Al agua no le gustan las actitudes negligentes y las castiga rápida y cruelmente. El agua afecta de forma dramática la psique de una persona, cambia su percepción del espacio y las situaciones, por un lado puede relajar y por otro lado puede causar el pánico instantáneo.
Mientras se trabaja en el agua, la clave es tu psique. Tu condición física no es importante. En el agua, en las situaciones más inesperadas, complicadas y críticas, si mantienes la calma, sobrevivirás.

Estas conclusiones me han sido útiles muchas veces. Este es un ejemplo:

Verano. El Mar Negro. Tormenta. Estaba sentado en la orilla, viendo el golpe embravecido de las olas. Me gusta nadar durante una tormenta, pero, esta vez, las olas eran demasiado grandes y no me quise arriesgar. A mi derecha, el mar ingresó a un puerto de botes para turistas. Un pequeño grupo de jóvenes estaba parado en el muelle. Las olas golpearon por encima del muelle y los cubrieron casi hasta la cintura. La estaban pasando bien. El viento soplaba por momentos y las olas eran irregulares, algunas eran muy altas.

No vi lo que pasó en el muelle, sólo oí gritos. Era obvio que una gran ola se había llevado a una persona mar adentro. Corrí hacia el muelle y vi a un hombre, a 20 metros (60 pies) de distancia, luchaba entre las olas. Estaba en pánico, agitando los brazos y tratando de gritar. Las olas lo tapaban y se asustaba cada vez más. Cada vez que las olas se retiraban, lo arrastraban más lejos de la orilla.

Miré alrededor y no vi ninguna soga ni salvavidas. La orilla era rocosa y traicionera, era imposible que el hombre pudiese venir directo a la orilla. Sus amigos estaban alterados e incapaces de cualquier acción. Se necesitaba una decisión urgente porque sabía, en ese momento, que posiblemente ya no lo veríamos nuevamente sacar la cabeza por encima del agua.

Agarré y sacudí al chico que estaba a mi lado. Tenía unos 17. Le grité a la cara: “¡Corre hacia el camino! ¡Detén los autos! Conductores. Sogas de remolque. Seis. Aquí. ¡¡¡AHORA!!!” Lo gire en dirección a la pista y le di un rodillazo en el trasero.

Cogí a otro chico y le grité: “¡Corre al frente del muelle! ¡¡¡Consigue gente, salvavidas, flotadores!!! ¡¡¡Llama a la ambulancia!!!” Lo volteé y también le di un rodillazo.

A todos los demás: “¡Aléjense! ¡Sujétense las manos y manténgase bajo! ¡Asegúrense que nadie más sea arrastrado! ¡Griten por ayuda!

Busque al hombre que se estaba ahogando y, en un inicio, o podía verlo. Finalmente, lo vi, a unos 30 metros (90 pies) de distancia. Su cabeza salió del agua y de inmediatamente volvió a desaparecer. Elegí la ola y salté con mis pies sobre su “columna”. Empecé a nadar con fuerza para alejarme del muelle antes de que la próxima ola me aplastase contra los pilares. Unos treinta segundos después, vi su cabeza a 10 metros (30 pies) de distancia. Mientras me acercaba nadando, uno de sus brazos me golpeo en la cara y me recibió con la boca totalmente abierta y los ojos saltones.

No pude alejarme nadando, y el hombre empezó a trepar por mi cuerpo como si fuese una escalera. Era un hombre grande, de unos 90 kilos (220 libras), muy joven, totalmente alterado e incontrolable. Debido a que trataba de treparse sobre mí, me hundió y trague agua. Tenía experiencia y no me resistí. Me relajé y a medida que me relajaba, cogí el aire que me quedaba en los pulmones y me sumergí. El tipo me sujetó por un par de segundos y luego me soltó, pateándome con fuerza en la cabeza para empujarse hacia arriba. Me di cuenta que yo no iba a poder mantener a flote a ese tipo tan grande, mucho menos sacarlo del agua. Traté de colocarme detrás de él, pero ni bien pude tomar un poco de aire, me pateó en la ingle. Casi me molesto, pero recordé cómo luché con mi tanque de oxígeno cuando estuve en el fondo del río –con qué desesperación quería vivir y no veía nada a mí alrededor excepto la luz del cielo.

No me apuré en subir a la superficie. Me moví un poco al lado y subí con la siguiente ola. Ahora estaba a 4 metros (12 pies) a la derecha del hombre. Sus ojos, alterados, de inmediato se centraron en mí y desesperado se dirigió hacia mí. Si él hubiese sido más débil, me hubiera sido más fácil, pero aún tenía bastante fuerza y era inútil gritarle y tratar de explicarle cualquier cosa. Esperé hasta que trató de sujetarme y, en ese momento, se sumergí y salí a su espalda. Con la mano derecha lo sujeté del cabello, tiré su cabeza hacia atrás y lo sumergí un poquito. Luego saqué su cabeza del agua y le grité al oído: “¡¡¡¿Cómo te llamas?!!! ¡¡¡DILO!!!” El tipo empezó a luchar, a querer girar, a sujetarme. Lo sumergí un poquito más y le volví a gritar preguntándole lo mismo. Solo en el cuarto intento recibí respuesta. Así se estableció contacto y me pude comunicar con esta persona.

El resto solo fue una solución técnica. Nadamos juntos hacia el muelle y nos mantuvimos a flote por unos minutos hasta que los conductores llegaron con sogas. Nos arrojaron una soga con lazo, la puse sobre su cabeza y alrededor del torso, y lo jalaron hacia el muelle. El tipo estaba maltratado por las olas y la soga lo había quemado, pero, aparte de eso, estábamos sanos y salvos.

En muchos aspectos, la suerte estuvo de nuestro lado, pero la razón más importante para nuestro éxito fue un cálculo frío, basado en los principios del comportamiento en situaciones extremas en el agua. Me gustaría compartir estos principios con ustedes en el campamento. Uno puede dar muchos consejos por escrito, pero es mucho mejor aprenderlos con la práctica.


Konstantin Komarov

- Major in the Special Service Police Force
- Russian Military Reconnaissance
- PhD in combat Psychology
- Professional Bodyguard for Moscow's Elite
- One of the master instructors at Systema Camp